De la vid a la copa, relatamos la historia de un vino tinto en DO La Mancha. Hoy, con el trasiego de vino en viejas tinajas de barro
Ya soy vino, respiro vida.
Exhalo fruta y aún resulto áspero en la boca para quien tienta mis sentidos. No es momento, hay tiempo, mucho tiempo para desflorar el vientre, barro y bendito que me acoge.
Ya soy vino, pero indómito en aristas, salvaje en los sentidos. Por eso, y porque bien me quieren, bien me tratan. Con mimo y cariño, me cuidan, me vigilan. Me quieren limpio.
Me asean en trasiego. En traslados de tinaja a tinaja oxigenan mi esencia, cuando todavía aparece ese leve rastro de burbuja y carbónico sobre mis poros.
Y así, dormiré en las siguientes horas, días, semanas si es preciso, esperando su llegada, la que llaman segunda fermentación o fermentación malolactica, la que resta asperezas y redondea las virtudes.
Mientras espero su espontánea llegada, con rumor quedo, con vapor y calma de bodega, César, Joaquín y Antonio no dejan ni un solo día de mirar mi semblante. Hasta, incluso me hacen fotografías. Se les nota ilusionados, me han cogido cariño y me quieren.
Lo percibo en sus ojos; tienen ganas de besarme, para probarme en tragos pausados. Ya soy vino, pero soy joven y aún hay tiempo para disfrutarme…llegará el momento.
Palpan mis energías y en parámetros miden mi crecimiento. Con 6,30 de acidez y 3,55 Ph esperan a la maloláctica que definitivamente me transforme. Tengo la volátil pequeña, el sulfuroso sobre 21 mg/litro y el grado alcohólico rondará los 14,35.
En el seno de barro y la tradición de generaciones, con capacidad para unos 4.000 litros, se perfilará mi nombre, para redondear mis genes.