Se buscan agrojóvenes. José María Fresneda, Secretario General de ASAJA Castilla-La Mancha

El agrojoven, una especie en peligro de extinción. Hubo tiempos en los que la agricultura gozó de un cierto estatus y prestigio en España, un país tradicionalmente agrícola. Pero, cuando el campo perdió su atractivo, los jóvenes rurales migraron a las ciudades. Y ahora, recuperarlos es casi misión imposible debido a la compleja espiral de obstáculos que lo impiden.

España contaba en 2016, según los datos de Eurostat, con un 8,6% de jóvenes de menos de 40 años, por debajo del 10,9% de la media comunitaria y un porcentaje bastante inferior a países como Austria (22,2%); Polonia (20,3%) Eslovaquia (19%), Francia (15,6%) o Alemania (14,6%).

Cifras que encuentran su explicación en las dificultades que se presentan a los jóvenes para iniciarse en la actividad agraria. Cuestiones que dan una y mil vueltas, pero nunca logran salir, como las espirales, y entre las que podemos destacar las ayudas a la incorporación, el acceso a la tierra, la financiación, el despoblamiento de las zonas rurales, el envejecimiento del campo, los bajos precios agrarios, la falta de agua y otras limitaciones naturales o de políticas conservacionistas.

Según un estudio publicado hace un par de años por la Comisión Europea, cerca del 70% de los jóvenes agricultores españoles identifica las ayudas como su mayor necesidad a la hora de desarrollar su actividad. Y no es que no existan medidas para apoyarles, pero además de cuantías insuficientes, a veces su propia gestión se convierte en otro obstáculo por no recibirse en tiempo y forma.

Emprender un negocio siempre requiere de una inversión, pero en el caso del campo, hablamos de un esfuerzo económico muy superior, por lo que se deberían ofrecer más y mejores herramientas de financiación de las explotaciones agrarias, sobre todo, para todos aquellos proyectos empresariales con garantías de viabilidad, pues es muy difícil levantar un negocio que nace con la cruda realidad de unos precios de los productos agrarios por los suelos y una última posición en la cadena agroalimentaria.

Otra de las dificultades para desarrollar la agricultura, según los jóvenes, es la disponibilidad de tierras para comprar y para arrendar, ya sea por las propias leyes sobre la propiedad de la tierra, por las normas sobre herencias o por los precios de la misma.

Las tierras están en manos de los agricultores más veteranos, y resulta muy difícil que los mayores dejen la puerta abierta a las nuevas generaciones si lo que les espera son pensiones de poco más de 600 euros tras toda una vida cotizando. Por tanto, hace falta dar una vuelta a la Seguridad Social y favorecer el cese anticipado. Si los agricultores son los principales habitantes de los pueblos, y según Eurostat, el 25,4% de los titulares de las explotaciones agrarias tienen entre 55 y 64 años y, el 31,2% tienen 65 años o más, es evidente que el campo está sometido a un fatal proceso de envejecimiento.

Paradójicamente, en un momento con altas tasas de paro juvenil, España tiene un porcentaje muy bajo de jóvenes agricultores, y ello a pesar de que en la actualidad hay falta de mano de obra en la actividad agraria. Lamentablemente, cuando otros sectores productivos, como la construcción, se activan, el campo se resiente. Pero claro, ahí está latente la brecha entre el medio urbano y el rural y, consecuentemente, la huida de los jóvenes a las ciudades y la despoblación del mundo rural.

Los servicios, las infraestructuras de transporte y de telecomunicaciones, la estabilidad laboral y la equiparación de los salarios entre los trabajos en el medio rural y los de las ciudades son fundamentales para que los jóvenes, de los que depende el futuro de los pueblos, tengan el aliciente necesario para quedarse y no emigrar a los grandes núcleos de población.

Por último, pero no por ello menos importante, tenemos que hacer referencia a las limitaciones naturales con las que se encuentran los jóvenes a la hora de acceder a este negocio. Sobre todo, a las que se enfrentan los castellano-manchegos, como la sequía, las inundaciones o las tormentas de granizo. Otras veces, las limitaciones derivan de otras causas, como la política conservacionista, que establece figuras de protección medioambiental con impedimentos prescindibles que frenan el desarrollo de la actividad o la falta de infraestructuras hidráulicas para llevar agua de donde hay, a donde no hay.

En definitiva, mucho trabajo para evitar que los agrojóvenes desaparezcan progresivamente hasta su extinción, empezando por devolver a un sector tan estratégico como el campo su prestigio y posición.

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